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Edición del Sábado 05 de mayo de 2012

Nosotros / Un misterio del siglo XX

Un misterio del siglo XX

Un misterio  del siglo XX
 

La autora recupera la historia del arqueólogo y explorador británico Percy Fawcett, quien se adentró en los años ‘20 en el Amazonas en busca de la ciudad de oro y desapareció. Un enigma protegido por la inconmensurable selva.

TEXTO. ZUNILDA CERESOLE DE ESPINACO. ILUSTRACIÓN. LUCAS CEJAS.

En momentos en que la arqueología ha capturado el interés de manera profusa debido, entre otras razones, a la comunicación masiva a través de la nueva tecnología, que permite enterarse a nivel mundial de una noticia tan sólo en escasos instantes; de videos sobre esta temática; de poder apreciar películas famosas como las del aventurero Indiana Jones -protagonizadas por el actor Harrison Ford, que personifica a un arqueólogo y estudioso de objetos antiguos con poderes mágicos y sagrados-, resurgen antiguos enigmas que no se han podido resolver.

Uno de ellos es el destino del Cnel. Percy Fawcett, quien se internó en la selva en busca de la ciudad de oro del Amazonas. Lo hizo junto a su hijo Jack y a un estudiante amigo de éste, Raleigh Rimmel, fotógrafo aficionado. El hecho aconteció en la primavera de 1925 y los tres hombres nunca volvieron de la expedición al Matto Grosso. En 1888, cuando era un joven oficial de artillería y estando en Ceylán, comenzó a realizar investigaciones arqueológicas por cuenta propia en dicha isla.

Fawcett había abrazado el budismo y observado su culto; siempre llevaba consigo un Buda muy pequeño. Respecto del origen del mismo, relataba que le había sido entregado en Ceylán por un mendigo que le vaticinó que su futura mujer se cruzaría muy pronto en su camino y agregó que ese Buda lo seguiría de por vida y se encargaría de señalarle sus horas de felicidad. Le advirtió con vehemencia que jamás dejara que otras manos tocaran su talismán.

Allí, al poco tiempo conoció a Agnes, hija de un magistrado de la justicia colonial inglesa; ambos se enamoraron, mas diversos motivos mantuvieron separados a los novios y ella contrajo enlace con un joven noble de Devonshire que falleció seis meses después de la boda.

Convertido ya en un célebre explorador, años más tarde regresó a su patria. Entonces, el destino cumplió sus designios y la profecía se cumplió, uniendo a Percy y Agnes para siempre.

OTRAS PROFECÍAS

Viajando por Marruecos como integrante del Intelligense Service destacado allí, un astrólogo le dijo que un día no muy remoto sus hazañas “serían conocidas por todo el mundo civilizado”.

En Tokio, donde nació su hijo Jack, los astrólogos intervienen nuevamente vaticinando que su primogénito habría de tener una vida plena de aventuras y celebridad.

Tras leer un libro sobre la existencia y probable localización de los tesoros del rey Kandy, con mucho entusiasmo viaja a Colombo (India) para iniciar excavaciones en la zona indicada y descubrir tesoros.

Estando allí. dos astrólogos procedentes del norte de la India y que se encontraban de paso por el lugar, entablaron una breve amistad con él y le auguraron que su hijo Jack sería el fundador de una noble raza en tierras distantes, tierras en las que ambos desaparecerían para siempre.

Posteriormente, Fawcett leyó hasta el hartazgo textos sobre la teoría del hundimiento de continentes en el océano Atlántico. Conocía casi de memoria los diálogos de Critias y Timeo narrados por Platón, y devoró toda información que encontró sobre la mítica Atlántida.

Para llevar las cosas al terreno de la práctica, viajó a Río de Janeiro y posteriormente a Bahía. En suelo brasileño se dedicó a visitar museos y revisar viejos documentos escritos en portugués antiguo, lengua que dominaba.

Encontró, entre ellos, un pergamino del año 1700 que narraba la entrada de tres bandeirantes en el territorio bañado por el río San Francisco; los osados sujetos bajaron desde allí con rumbo a las selvas del Matto Grosso y lograron volver a la civilización después de un viaje pleno de peligros y penurias terribles.

Decía el pergamino que habían llegado a una región recorrida por un río de aguas tan amargas que no se podían beber. Que no existía en la zona ni caza ni pesca. Que habían pasado un hambre atroz y que en la desesperación rogaban a Dios que le mostrara el camino de la salvación.

Expresaban que durante su ambular sin rumbo, un atardecer divisaron un chivo blanco; al perseguirlo se toparon con muros elevadísimos detrás de los cuales se refugió el veloz animal, aprovechando una brecha cubierta de maleza. Al limpiarla pudieron ver con asombro una enorme plaza rodeada de una imponente ciudad completamente abandonada, en la que los edificios eran de oro con inscripciones extrañas en la fachada.

Las casas estaban repletas de riquezas y si no las tomaron fue porque los invadió un miedo invencible y salieron corriendo por la selva hasta encontrar los senderos de unas minas abandonadas -las de los Aráes- y así alcanzaron su salvación.

El relato invadió la mente de Fawcett, la ciudad escrita por los bandeirantes atrapó su interés; se hizo realidad en su interior y lo obsesionó.

Regresó a Inglaterra y preparó la expedición. Retornó a Brasil y junto a sus dos acompañantes y los porteadores penetró en el Matto Grosso en la zona de Kuluene; tenía 58 años y su espíritu aventurero no había fenecido aún.

Al principio se comunicaba diariamente con el consulado Británico en Brasil; así se supo que tenía gran cantidad de dificultades por la falta de adaptación de los jóvenes y porque desconocían absolutamente los dialectos hablados por las tribus de la zona de los ríos Araguaya, Muertes y Kuluene, región que se proponían recorrer penetrando hasta la latitud de los 12º Sur y tomando rumbo hacia el Norte.

En el último comunicado recibido, la voz de Fawcett decía: “no esperen otras comunicaciones. Quizá las mande, pero a partir de este momento no se preocupen más por nosotros”.

Se sabe que Rimmel fue herido en la pierna por el lanzazo de un xavante y que los porteadores los abandonaron cuando se dieron cuenta de que el rumbo los llevaba a un territorio del que nadie volvía.

¿REALIDAD O FANTASÍA?

Nada se supo de Fawcett hasta que, en 1933, un garimpeiro ruso afirmó que lo había visto y mostraba una fotografía que aseguraba que era del coronel inglés. Ésta mostraba a un anciano de cabellos y barba muy largos. El hombre aseguraba que Fawcett había resuelto no volver nunca a Europa y permanecer por siempre con los aborígenes súras de quienes virtualmente era el jefe.

Según el garimpeiro, el arqueólogo aventurero decía que la ciudad de oro existía, pero que estaba muy bien guardada por una tribu de gigantes blancos, avezados guerreros que la defendían ferozmente.

No había pasado un año de esta noticia, cuando Esteban Rattín, un cazador suizo, aseguró haber visto al explorador inglés junto a un afluente del Xingú, más allá del temido río de las Muertes. Incluso afirmó que había hablado con él -recalcando que lo hizo en idioma inglés- y que se trataba del explorador desaparecido. Dijo que comandaba una tribu de indígenas y era considerado por ellos como un dios encarnado en un hombre blanco.

Una mujer de la tribu de los caiapo llevada a la Misión Dominicana, instalada en la zona de la isla del Bananal, le dijo al misionero que la atendió que en una tribu vecina a la suya vivía un anciano muy parecido a él. Agregó que un joven blanco (¿Jack?) era el tuchaua de esa tribu y se había casado con la hija del anciano jefe fallecido, con la cual había tenido varios hijos “carahibas” (Blancos).

Pasados unos meses un grupo de británicos que integraban un equipo cinematográfico comprobó que la brújula que llevaba un guía indio había pertenecido a Fawcett.

El marqués de Winton, director del equipo, asombrado por el hallazgo, siguió al indio en busca del explorador y desapareció para siempre.

Un coronel del ejército Brasileño, Ramiro Noronha, demarcador del río Kuele, sostuvo que había visto a Fawcett durante los trabajos de exploración, que habló con él y le contó que estaba tratando de ubicar el rumbo a las minas de los Martirios, que se han mantenido en secreto desde los tiempos de la Conquista; le habló también de los vestigios que -según él- confirmaban la existencia de la Atlántida. Le enseñó varias piezas de cerámica antigua con los dibujos y jeroglíficos extraños. Hizo hincapié en que no retornaría a la civilización en tanto no pudiera probar lo que decía.

Se explayó en que la Atlántida había existido 15.000 años antes y que la zona que estaba recorriendo había formado parte de un continente que se había hundido y que en el lugar que él recorría persistían actualmente los remanentes humanos descendientes de los atlantes.

Las historias de testimonios de su supervivencia brotan como el agua de un manantial; el padre Thomas Young, quien había visto a Fawcett en una oportunidad, aseguraba haberlo reconocido cuando se internaba en el territorio de los Kalapalos.

También hay pruebas verídicas de que se ha podido seguir el rastro del tesonero explorador hasta la aldea de los aborígenes nafuquá, ubicada en las márgenes del río Kurisevú. Dicen que desde esa región escribió a un amigo suyo, un compatriota estanciero radicado en la zona de Cuyabá; éste recibió la misiva de manos de un chasqui de la tribu nafuquá.

EN BUSCA DE LOS FAMILIARES DESAPARECIDOS

Viajó a Brasil Brian Fawcett, el hijo menor del coronel aventurero. Era ingeniero de Ferrocarriles y fue tras los rastros de su padre y de su hermano.

Cuando los hermanos Vilasboas, cuatro experimentados y avezados sertanistas, declararon haber descubierto el esqueleto del Cnel. Fawcett y junto a él su machete Collins del cual no se separaba nunca, emergió un profundo interés en los ámbitos de la prensa como así mismo en el gobierno brasileño, quien organizó una expedición dirigida por estos hermanos hacia el lugar donde se hallaron los restos, en la aldea de los Kalapalos.

Orlando Vilasboas, con este dato, entrevistó a Brian Fawcett y decidió llevarlo al lugar donde se encontraba el esqueleto; éste se negaba a creer en la muerte de su padre a pesar de que, al llegar desde Inglaterra, había manifestado: “si bien es cierto que yo -en oposición a cuanto piensa mi madre- no creo que mi padre esté vivo aún, creo sí que quien vive es mi hermano Jack”. Nunca admitió el hecho, aún cuando escuchó el relato de los indios que lo confirmaron,.

La selva amazónica, con sus brazos vegetales, protegió el misterio. Las predicciones, los testigos, los relatos, las suposiciones, como diablos con puñales verdes, danzaron frenéticamente sobre el destino del explorador.

Viajando por Marruecos como integrante del Intelligense Service destacado allí, un astrólogo le dijo que un día no muy remoto sus hazañas “serían conocidas por todo el mundo civilizado”.



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